martes, junio 23, 2009

Mendigando humanidad

...Era un hombre que estaba solo.

Ilustración… Mendigo sobre el suelo


“La humanidad es la única virtud verdaderamente sublime del hombre: es la primera, y tal vez la única que las religiones deben inspirar a los hombres, porque encierra en sí todas las demás.”
HELVETIUS, De l’homme, I ,14.





Era tarde y tenía mucha prisa. Poca gente circulaba por la calle; sólo un hombre sentado sobre las escaleras de un portal, quien me dijo: “¡Eh!, escuche...”. Paré mis pasos, preguntándole: “¿Le ocurre algo?”. Cruzamos nuestras miradas, mientras sostenía en sus dedos un cigarrillo apagado, diciéndome: “¿Me da fuego?”. Yo no fumo, le contesté.

¿Quién sería aquel personaje? Vestía ropas cansadas por el tiempo, sin afeitar, y tendría sobre setenta y siete años. Volviendo sobre lo andado, le dije: “Tome, tome...cien pesetas”. No pido limosna y nunca la he pedido, me contestó. Para enmendar mi anterior error, continué diciéndole: “¿Quiere tomar un vino?”. Al instante, respondió: “Poco bebo y cuando lo hago me lo pago yo”.

Por mi cabeza circulaban mil y una preguntas, y le interpelé: “¿Qué desea entonces?”. Al momento, contestó: “¡Hablar!, hace más de un siglo que no hablo con nadie”. Le sonsaqué si contaba con familia y contestó que tenía tres hijos y cuatro nietos. “Más vale no hablar...; y, con la vejez, pierde uno hasta los buenos amigos”, concluyó diciendo.

He leído poco y me han contado algunas cosas sobre los ancianos. Allí se encontraba una de esas criaturas solitarias, un semejante que sólo solicitaba “hablar”...y una cerilla que no se la pude dar. Verdaderamente era alguien que estaba mendigando humanidad; bueno..., sí era realmente un ser que estaba solo.

Me arrepentí después de no haber estado más tiempo con él-ahora que está de moda no arrepentirse de nada1 (ni los políticos cuando mienten o se equivocan, ni los economistas cuando yerran en sus pronósticos...)-, con su soledad y sus miedos, su aislamiento..., que será el que uno tendrá a pocos años vista, si la sociedad en la que estamos inmersos no cambia sus costumbres deshumanizadas.

Cuando viejos comienzan nuestras grandes limitaciones físicas e intelectuales y entonces el afecto, la comprensión, el cariño...suplen unas y otras. El último recorrido de mi corta o larga vida la veo más llevadera dentro de la convivencia familiar y no aislada en tristes residencias que, aunque bien atendidas y limpias, son paredes muertas de mi propia soledad. Hay un antiguo proverbio chino que dice: “De jóvenes somos hombres, de viejos, niños”. Pues bien, ¡cuidemos a los niños!

Nuestra actual sociedad se ha olvidado de nuestros niños y ancianos, ignorando que los últimos han sido ya los primeros y, si Dios quiere, los primeros serán los últimos. Y es que nuestras universidades utilizan medios educativos trasnochados, que imparten conocimientos pero se olvidan de forman personas- jóvenes-, que son los verdaderos motores para construir un mundo mejor que el nuestros. La historia así nos lo enseña, y Rubén Daríoo también en su maravillosa Canción de primavera: “¡Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver! (...)”.

Estamos en un mundo presos del miedo y la no comunicación. Nos hace falta llorar, nos hace falta reír, nos hace falta comunicarnos...Nuestras penas y nuestras alegrías, pero comunicarnos. Por esto, sin duda, nos pasamos la vida “Mendigando humanidad”. Hagamos que nuestros semejantes sean hermanos nuestros. Sin distinción de raza, opción sexual, sexo, religión, minusvalía...

La Iglesia Católica-a la que pertenezco-, no está por la labor de repartir tanta riqueza como posee...El Vaticano es inmensamente rico, así como las numerosas e innecesarias-muchas de ellas-órdenes religiosas que componen nuestra religión. Viven en su monasterios " a cuerpo de rey", con buenas calefacciones, estupendos coches y cuerpos nutridos por sobrealimentación... No digamos nada del "Opus Dei"(¡dinero y poder, poder y dinero!). Mientras por las calles pululan millones de desheredados de la fortuna...muriéndose de hambre y "mendigando humanidad". ¡Qué Dios nos perdone!

La Coruña, 4 de marzo del 2006
Mariano Cabrero Bárcena es escritor
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