“La vocación de ser médico nunca la he tenido, pero, si lo hubiera
sido, habría practicado "el arte de curar" con todas sus
consecuencias. Curando el cuerpo, sin duda, se cura muchas veces el alma,
nuestra alma que navega negra por el mundo actual que nos ha tocado vivir:
muchas hambres y muchas guerras. Es decir, trabajaría en la medicina pública
a cal y canto, olvidándome para siempre de la medicina privada-no tengo nada
contra ella-, pero entiendo que ésta resta el suficiente tiempo-tan necesario
para atender a tantos enfermos-en lista de espera-, de la Seguridad Social
española”.
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Si yo fuera médico, y lo digo con toda mi alma, trabajaría
para curar a mis enfermos. Me conectaría-con hombres y mujeres- como si
fueran de mi propia familia. No como se actúa actualmente: cita, acto de
presencia ante el galeno de turno-de cinco a diez minutos por persona-, se
extiende la correspondiente receta médica por lo que presumiblemente padece
el enfermo…, y ¡(…) a casa! Nos meteremos en la cama, y pronto…nos curaremos
‘por arte de birlibirloque’ (por medios ocultos y extraordinarios). Así
funciona la medicina pública española en los momentos actuales.
Dicho sea de paso, escucharía a los pacientes para que me
contasen… sus historias y cuitas personales, a fin de que desahogasen los
malos pensamientos que albergan sus almas. Hablarles como lo hago con mis
amigos, y darles tiempo para que me cuenten los que les pasa o lo que no les
pasa: me da lo mismo. Uno entiende que las palabras curan tanto como las
aspirinas, e, incluso, más aún...Por tanto, entendemos todos que la medicina
privada-su práctica-, debe dejar de ser un negocio crematístico para
convertirse en un servicio público.
¡Qué nadie deje de ser sanado-con la urgencia que necesitan
su males-, por falta de medios económicos bastantes, o por esas interminables
‘listas de espera’ que, cuando te llega tu turno, puedes ya hallarse en el
‘reino de los justos’. Un médico o enfermera tranquilo, seguro de sí mismo,
seguro de lo que hace…, se ha demostrado que transmite un testimonio
emocional y convincente al aquejado por cualquier enfermedad, que le hace
disminuir el dolor, su dolor…
Entiendo perfectamente la monotonía imperante en el trabajo
de cualquier galeno de turno. Si realmente en una mañana-pongamos por caso-,
tienen que ver a treinta o treinta y cinco pacientes, y al siguiente día
ocurre otro tanto de lo mismo, ineludiblemente, ninguno de los aquejados de
dolencias-más o menos importantes-, podrán ser diagnosticados adecuadamente
.Y es que cuando nos convertimos en instrumentos desafinados, es decir,
cuando nuestra salud psíquica y física empieza a hacer agua por todos los lados,
y en este momento, es cuando necesitamos un doctor, que practique la medicina
y que, al mismo tiempo ,sea nuestro amigo cuando la enfermedad mine nuestro
cuerpo y nuestra alma.
Hemos de evitar que se desarrolle una pirámide interminable
que expulse por su parte superior puntiaguda "humos con miedos",
pues, a la corta o a la larga, los miedos colectivos tienden a desarrollar y
desencadenar una reacción en cadena con resultados conflictivos e
imprevisibles. Así de fácil. De la misma manera que violencia engendra
violencia, ocurre lo mismo con el miedo que engendra miedo.
"¡Hoy tengo un mal día! ¡Todo lo veo negro! ¡Me duele
el corazón!", solemos decir, como si dicha víscera muscular fuera capaz
de detectar dolores. Dentro de estas afirmaciones y otras similares llevamos
inserto un mundo de miedos (fobias, muchas veces): miedo al amor, al infarto
de miocardio, al cáncer, al Sida (Síndrome de Inmune-Deficiencia Adquirida),
miedo a perder la cabeza, miedo al sufrimiento, miedo al dolor...: tantos
miedos juntos crean barreras, barreras en nuestro intelecto. Todos
estos temores que nos amenazan-en los prolegómenos del siglo XXI-al mismo
tiempo, nos conducen inevitablemente al gran miedo que todos llevamos dentro:
nuestro miedo a la muerte.
La sociedad que nos ha tocado vivir tampoco nos ayuda
precisamente a superar estas barreras del intelecto. Pensamos y actuamos,
como seres humanos que somos. Y es que la panorámica mundial es problemática:
guerras fratricidas, violación de mujeres-con resultado final de muerte- y
sus derechos, malos tratos psíquicos y físicos a menores, detención ilegal de
menores...que desaparecen para siempre, etcétera, etcétera. Bajo este
contexto, es lógico que nuestro estado de ánimo se deprima, amén de que
nuestra cotidiana vida está llena de preocupaciones, desasosiegos e
inquietudes que degeneran en un estado de ansiedad y, que al final, concluyen
en la tan temida depresión: el mal psíquico de nuestro siglo XXI.
Nuestra actual sociedad se ha olvidado de nuestros niños y
ancianos, ignorando que los últimos han sido ya los primeros y, si Dios
quiere, los primeros serán los últimos. Y es que nuestras universidades
utilizan medios educativos trasnochados, que imparten conocimientos pero se
olvidan de forman personas- jóvenes-, que son los verdaderos motores para
construir un mundo mejor que el nuestros. La historia así nos lo enseña, y
Rubén Darío también en su maravillosa Canción de primavera: "¡Juventud,
divino tesoro, ya te vas para no volver! (...)".
Estamos en un mundo presos del miedo y la no comunicación.
Nos hace falta llorar, nos hace falta reír, nos hace falta
comunicarnos...Nuestras penas y nuestras alegrías, pero comunicarnos. Por
esto, sin duda, nos pasamos la vida "Mendigando humanidad". Hagamos
que nuestros semejantes sean hermanos nuestros. Ese cerebro del que tan poco
sabemos es, sin duda, ‘la caja negra’ que transmite miles de órdenes a
nuestro corazón, que riega la sangre necesaria para que podamos respirar,
comer y dormir todos los días del Señor.
Pues si un doctor en Medicina nos proporciona el
bienestar del cuerpo, el equilibrio emocional, y, al mismo tiempo, nos mitiga
la violencia de algunas enfermedades-en la medida de sus fuerzas-, el dolor
que acude rápido a nuestra alma será siempre más llevadero. Nosotros-los mortales-que
somos meros pasajeros en tránsito, buscaremos siempre aquello que nos une con
nuestros semejantes: el mismo origen, el mismo hábitat, el mismo destino...;
y olvidaremos lo que nos diferencia: religión, xenofobia, racismo, idiomas
diferentes, pobreza...
Sin presente y sin futuro, necesariamente, la vida en la
vejez tiende a refugiarse en el pasado: ¡Qué tristes perspectivas de vida se
avecinan para las personas mayores! Pienso, muchas veces, que es provechoso
reírse de un mismo e, incluso, de nuestra propia sombra: de esta manera
descubro lo poco que sé, y lo mucho que me queda por aprender.
La sociedad que nos ha tocado vivir ( ¿ esa maravillosa democracia española, qué nos habla del estado de bienestar para todos, qué nos habla de la igualdad de oportunidades, qué nos habla de viviendas asequibles para nuestra juventud...?) ha "roto aguas", y ha relegado a las personas longevas, única y exclusivamente, para que emitan su voto cada cuatro años...: a lo sumo ha construido pocas residencias-jaulas de soledad-donde podemos ir a morir, y, desde luego, ser olvidados por propios y/o extraños. Eso sí, para morir con tranquilidad, llevando sobre nuestras espaldas sacos pesados con tierras cargadas de olvidos, penas y sinsabores.
La Coruña, 17 de octubre de 2010
© Copyright Mariano Cabrero es escritor |
jueves, octubre 21, 2010
La vocación de ser médico
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